Eligió el nombre con el cual definir su identidad, fue alumno en taller literario de Pepe Murillo y Hebe Uhart; a los 18 años entrevistó a Borges y atendió el teléfono de su casa, nos habla de sus libros, de los libros que leyó, de su proyecto editorial cmo director de una colección, de poesía y narrativa, de su Lincoln natal, de sus recuerdos de entonces, de colegas con los que comparte su trabajo, su pasión, nos habla de como pasó de querer escribir como los grandes escritores ante lo cual le salían "cositas sin alma", a finalmente hallar su propia voz, en la madurez de sus obras, como "Algo que domina el mundo", "La isla de las mil vidas", “Nunca estuve
en la guerra” “El cuaderno blanco de papá” y otras, también nos habla por supuesto de su experiencia habiendo ganado el premio "El barco de vapor" con su novela "La noche del meteorito", de todo ello nos habla el escritor Franco Vaccarini, con una entrega desmesurada y una simpleza así de infinita... ¡Gracias Franco Vaccarini!... Compartimos la entrevista:
¿Cómo, cuándo y por qué elegiste
llamarte “Franco”?
Mis dos nombres legales son los de mis abuelos,
Francisco y Juan, pero siempre quise llamarme Franco y así me presenté a los
quince años, en una reunión de ingreso al Centro de Estudiantes Linqueños. Al
poco tiempo hasta mis padres comenzaron a llamarme Franco. A raíz de eso
escribí el cuento “El día que elegí mi nombre”, en “El cuaderno blanco de
papá”. Me liberé así de la carga de llevar los nombres de mis abuelos y aunque
hoy me da orgullo esa herencia sigo siendo Franco. Un nombre es algo muy
importante, de algún modo te define y está bueno elegirlo.
Tu primer libro, publicado a tus 27 años, “No
temas cuando la visita te salude”. ¿Recordás en qué contexto lo escribiste y qué
sentiste al momento de su publicación?
Lo que sentí al publicarlo
fue alivio. Ni siquiera alegría. Alivio. Sabía que no era, que no podía ser un
gran libro, sino el comienzo de mi escape a la libertad de las oficinas y los
horarios y los jefes, porque siempre quise ser un escritor de tiempo completo.
Sí me dio alegría la reseña que salió en el suplemento cultural de Clarín, por
lo inesperada, en febrero de 1991 y alguna mención en la revista literaria
Babel. Aparte de eso, no pasó nada más, pero fue como cruzar el Rubicón.
De tu primer
libro de poemas, “El culto de los puentes”, diez de sus poemas fueron
musicalizados y cantados en el Salón Dorado del Teatro Colón y en La Scala de
San Telmo. ¿Podrías contarme algo de ambas experiencias (la de haber publicado
tus primeros poemas y la de haber sido musicalizados)?
Según José
Luis Mangieri, mi editor en Libros de Tierra Firme, eran poemas con un tinte
religioso, le gustaron y me obligó cariñosamente (yo estaba aterrado) a
presentar el libro en Lincoln, a mediados de diciembre. Conoció a mi familia,
comió asados, pasó un par de días de felicidad. En el viaje de vuelta me
confesó que había pasado el mejor cumpleaños de su vida. Mangieri te tiraba
esas cosas y yo decía… “¡Vamos, no te la creo!” “Sí, es mi cumple, nunca lo
pasé tan bien”. Era un tipo increíble. Estaba influenciado por mis fervientes
lecturas de Castaneda, de Ouspensky, de Gurdjieff y sus discípulos, mi biblioteca
esotérica secreta y hace tiempo olvidada, como corresponde, porque a cierta
edad tenés que animarte a medir las cosas con tu propia vara. Había un
sentimiento de búsqueda, que luego desplacé hacia la prosa y ya no quise
insistir con la poesía porque quería contar tantas cosas y además la poesía
debe ser austera, tan precisa que es casi imposible escribirla con decoro, hay
que entregarse a ella por completo y te obliga a un estilo de vida que no
deseaba para mí. Porque deseaba otra cosa: la novela corta, a veces el cuento y
por mi forma torrencial de escribir caí en la necesidad de vivir de la
literatura, era lo único que me garantizaba no convertirme en un perro rabioso,
amén de un empleado incompetente escondido siempre en un rincón para escribir,
para leer, sin la posibilidad de un ascenso porque siempre iba a necesitar
supervisión de mi jefe, vivía escapándome a las librerías de Corrientes para
leer o encontrarme con amigos. En cuanto a la musicalización fue una sorpresa
que me dio el pianista y compositor Javier Giménez Noble, que compró un
ejemplar del libro en la librería Gandhi, el daba clases en el Centro Cultural
San Martin. Mis poemas fueron cantados por la mezzo soprano Marta Blanco. Me acuerdo
que el día del estreno me acompañaron, además de mi familia, casi todos mis
compañeros de oficina, ya que trabajábamos a doscientos metros del Colón. Casi
me pegan después, porque no era música pop, precisamente, las melodías eran
extrañas al oído y mis poemas eran extraños también. ¡Pero estaba en el Colón!
Y conservo en casa la grabación. Después se repitió en la Scala de San Telmo.
Hace un par de días recibí un pedido de autorización de Andrés Dorigo, que hizo
un cuadro inspirado en mi poema “Noticia de invierno”. Y a mí me encanta que el
libro siga vivo, a pesar de la mínima
distribución que tienen los libros de poesía en general.
Recomendaba Horacio Quiroga “no empieces a escribir sin saber
desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres
primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas”… ¿Te sucede
esto de tener claro, al momento de sentarte a escribir, a dónde vas y a donde
querés llegar?
En primer lugar, bien por Quiroga, por muchos de sus cuentos, por
su vigencia, pero en cuanto a la preceptiva, cada uno puede hacer la propia.
Una autora como Hebe Uhart… ¿qué preceptiva sigue? La que se inventó ella
misma. Los empieza como quiere, los termina como quiere, como un día
cualquiera, como un pedazo de vida… Hay que buscar una voz, tu propia manera, y
leer mucho. Y leer este tipo de consejos con un ojo curioso, por gusto nomás.
Muchas veces lo más interesante ocurre cuando estás perdido, o cuando confías
en ir descubriendo y un descubrimiento te lleva a otro. Hasta que escribís,
nunca se sabe, aprender a controlar esa incertidumbre te puede garantizar el
llegar a buen puerto como un capitán que conserva la calma y el pulso en medio
de una tormenta. De paso te digo que me resulta candoroso cuando un autor habla
en nombre de otros. Cada escritor es diferente, tiene su mundo y sus reglas.
Asististe a talleres literarios de
José Pepe Murillo y de Hebe Uhart, ¿qué aprendiste con y de cada
uno de ellos?
Con Pepe conocí a un escritor y su
biblioteca, que ocupaba dos paredes del piso al techo. Vivía en un PH grande,
de Boedo, era tan mágico avanzar por ese interminable pasillo hasta el fondo; y
se abría la puerta y estaba el jardín, el cantero con papiros, la cocina y el
living con la gran mesa redonda. Su compañera Olga, su perro, un galgo afgano
que se llamaba Leo. En Pepe vi todos los atributos de un escritor de entonces,
que había militado mucho, tan orgulloso de sus logros y premios, era evidente
su timidez y también un lado enojoso que llegó a erosionar las relaciones con
sus alumnos y con mucha gente y que lo fue aislando y que hizo que pasara sus
últimos años un poco solo, siempre acompañado por Olga, su gran apoyo. Conocí
el delta del Tigre gracias a él y creía que me había enseñado a ser un buen
remero, aunque hace un par de años volví a remar y descubrí que no había
aprendido tanto, me enredaba en los juncos, un desastre lo mío como remero.
Hebe me influenció mucho más en su
escritura, en su modo tan sensato y sencillo de vivir su vida. Ayer me llamó
para almorzar el domingo, la relación sigue, yo acabo de escribir un ensayo
sobre su libro “Guiando la hiedra”, que saldrá publicado en una antología en
breve. Alguna vez me dijo que me iría bien porque yo conocía la intemperie.
Entendí perfectamente lo que quiso decirme. Mi propia vida me curtió para esto,
a pesar de que vine desde la inocencia, la misma con la que leí a Camus a los
trece años y casi muero de la impresión que me produjo “El extranjero”. A los
trece años dejé de vivir con mis padres para mudarme al pueblo, a estudiar. Mis
padres no tenían la experiencia urbana y yo me perdía seguido, me embarullaba
en líos, me faltaba esa cercanía. Pero siempre me consideré bendecido,
privilegiado, con una confianza total en que las cosas saldrían bien. ¿De dónde
viene eso? A mí me salvó saber que iba a ser escritor, no concebía la vida sin
escribir, la literatura era una familia infinita que yo tenía... ¡Y Borges era
como mi abuelo! Ya publicaba poemas en las revistas de la escuela y del Centro
de Estudiantes, que prácticamente escribía yo solo, desde la editorial, los
poemas, las entrevistas…. Mi primera nota sobre un viaje de estudios a Buenos
Aires la publiqué a los trece años. Hebe me decía que escribiera más cuentos
camperos y sobre todo que no dejara de escribir para adultos. Bueno, ahora
estoy en eso, lo que pasa es que descubrí un lugar diferente, inesperado: la
novela juvenil. Encajé en eso con la misma alegría con la que aprendí a andar
en bicicleta.
Justamente Hebe Uhart, comentó alguna
vez que decía a sus alumnos “un relato es
como un vestido o una ropa. Puede ser precioso pero no ser para uno” ¿Con qué
tipo de relatos y/o generos literarios te hallas cómodamente vestido y cuáles
sentís que no podrías llevar puestos?
Más que el género, es la manera de
contar, el estilo. Hebe te lleva de la mano, la admiro como escritora, y ¿cuál
es su género? Realismo, tal vez, pero a veces se acerca al cuento extraño,
porque describe cosas cotidianas como si fuera una extraterrestre de paso por
la Tierra y logra ese efecto. No me importan los géneros, sino los escritores.
La ciencia ficción me gusta por Úrsula Le Guin, por decir alguien. Bioy Casares
me gusta porque podrá haber sido una especie de aristócrata, pero en sus
ficciones escribía con delicadeza sobre gente de barrio, incluso hay cosas no
tan buenas de Bioy que leo con placer. No me gustan los que creen escribir para
lectores “iluminados”, los que provocan diciendo que no les interesa ser
entretenidos, como si contar historias no fuera la simiente de la literatura.
Alguna vez leí una entrevista a Nicolás Casullo donde sentenciaba severamente:
“Yo no escribo para secretarias”. Puro chamuyo, cada cual escribe lo que puede,
no hay necesidad de caer en una frase así. Con la arbitrariedad que caracteriza
a todo lector, leo a los que empiezan por caerme más simpáticos. Borges, Aira,
Castillo. Uhart. Y tantos más, claro. Jorge Accame, los cuentos de María Teresa
Andruetto y en poesía cada tanto abro los libros de Leonidas Escudero, el gran
sanjuanino con quien nos intercambiamos muchas cartas. Y lo mismo con los
extranjeros. Auster. Mucho japonés. Y nunca está de más un regreso a la novela
negra, o a Chesterton y todo lo que leo de literatura infantil y juvenil, que
es bastante y más ahora que dirijo la colección infantil en Galerna.
Dirigís la colección Galerna Infantil
desde el 2013. ¿Cómo va esa nueva responsabilidad? ¿Lo disfrutas?
Disfruto la libertad que tengo para elegir
lo que voy a publicar. Lo que a mí me gusta combinado con un público imaginario
que tengo en mi cabeza y que no difiere tanto con el real. Siempre necesito el
respaldo de un gran editor, como lo es Salvador Biedma, el que me convenció de
dirigir la colección y a quien yo admiro mucho. Salvador no está más en
Galerna, pero desde ahora me acompaña Verónica Sukaczer, y volví a dormir
tranquilo. Verónica tiene una formación impecable y es otra mente brillante, me
tocó tenerla de editora un par de veces y me encantó su trabajo. Además, es una
amiga, leí todos sus libros menos uno, me encanta como escribe, no puedo pedir
más. Es fundamental que un libro salga bien editado, cuidado, que se note el
trabajo y la responsabilidad, en este momento de auge y de expansión de la
literatura infantil y juvenil. Estoy orgulloso de los libros de Nicolás Schuff,
María Laura Dedé, Victoria Bayona, Fabián Sevilla, Hernan Galdames, la propia
Verónica. Pronto publicaremos a Patricia Suárez y a Hernán Carbonel. Vamos
haciendo esa mixtura entre consagrados, los que se vienen con todo, los que
empiezan con un gran libro, como el caso de Hernán Galdames y su novela
“Desastre en el supermercado”.
Entrevistaste a Borges a tus 18 años.
¿En qué contexto se dio la entrevista, y que impresiones recogiste de aquella
experiencia – inolvidable supongo-?
Había terminado la secundaria en
Lincoln y mi hermana María Alicia vivía en Buenos Aires, a pocas cuadras del
departamento de Borges. Estaba triste y aburrido porque había perdido contacto
con mis amigos, me lo pasaba viajando al campo, a Lincoln, a Buenos Aires, y en
ninguna parte me sentía cómodo, todavía no trabajaba ni estudiaba porque
esperaba el llamado para hacer la conscripción en la Infantería de Marina, que
eran catorce meses. Yo había sido presidente del Centro de Estudiantes y de repente todo acabó. Hasta
sin novia me había quedado, la pucha. Andaba matrereando por el desierto,
porque esperaba el llamado de la colimba. Borges, la literatura, como siempre,
me proveían de una meta, de un poco de orden. Además, económicamente yo estaba
en la ruina, recibía algún que otro pesito de mis viejos, vivía haciendo dedo
para ir de un lugar a otro, mis hermanas me ayudaban, han sido buenas conmigo…
Borges me recibió como recibía a todos los periodistas que deseaban
entrevistarlo, creo que era su forma de conversar, de pasar el tiempo y de
hacer literatura oral, también. Pensá que ya tenía ochenta y dos años. Fue muy
amable, estuve una hora en su departamento, qué maravilla, si hasta le atendí
el teléfono. Era una llamada equivocada, preguntaron por un capitán, un
militar. Borges se rió con el equívoco.
Una vez contaste que, en un
principio, querías escribir como los autores que admirabas y te salían “cositas
sin alma”. Una expresión tan tierna como clara, por cierto. ¿Cómo fue el
encuentro con tu voz y tu lugar dentro de la literatura?
Me llevó más de treinta años encontrar
esa sustancia en mi escritura, esa voz propia, cierto dominio. Y eso se va
puliendo con el tiempo. Visto en retrospectiva, fue como plantarme con fuerza
en mi propia tierra, alimentarme de mí mismo.
¿Qué experiencias de tu
infancia en el campo se entrelazan con tu experiencia como escritor?
El paisaje, la impresión de lejanías que te
da el horizonte, el silencio, los animales, el último en dormirme por las noches,
los perros ladrando, los vagabundos chiflados, el susurro del farol, los
caballos, saber que de todas maneras yo estaba protegido, aunque a veces me
sintiera solo, no estaba realmente solo. Me proyectaba en los libros, me sentía
amparado.
Cortázar decía que no hay temas
buenos o malos en la literatura, hay temas bien o mal tratados… En tu novela
“Algo que domina el mundo”, abordaste distintos temas como la enfermedad de
Alzheimer, el alcoholismo, la violencia, la muerte… todo ello con un
tratamiento poético impecable… ¿cómo fue tu proceso de trabajo con esta novela?

Dedicaste algunos de tus escritos al trabajo
con la memoria: Algo que domina el mundo, La isla de las mil vidas, “Nunca estuve
en la guerra” en un trabajo con la memoria propia y ajena de algún modo
incluyendo una temática que está en la memoria histórica -colectiva de todos
los Argentinos, incluso en “El cuaderno blanco de papá” está la memoria
emotiva, los recuerdos de tu infancia. ¿Qué significa para vos el trabajo con la
memoria, en sus distintas variantes, en las distintas obras?


En la novela “Nunca estuve en la
guerra”, contextuada en la posguerra de Malvinas, un
adolescente destinado a cumplir el servicio militar en la Base Naval de Puerto
Belgrano, asignado como enfermero reflexiona: “Yo no conocía nada de la guerra,
nada del mundo. Apenas pisé la tierra de Malvinas, porque estuvimos casi todo
el tiempo en el agua, atendiendo a los heridos, por eso ya no podemos ser igual que antes”… Teniendo en cuenta tu
propia experiencia de conscripto en el año 1982, escribir esta novela, ¿fue un
modo de inscribir finalmente aquella diferencia, ese pasar a ser Otro a partir
de las vivencias que marcan para siempre? ¿Fue un modo de mitigar el dolor
propio y ajeno?

¿Qué sentís al momento de terminar
tus historias, justo allí donde tenés que soltar la mano de esos personajes que
creaste y acompañaste hasta el final?
Me quedo livianito, con ganas de salir
a hacer cosas sencillas que venía postergando. Comprar algo para la casa, o
ropa, perder el tiempo, que es una actividad donde suelen ocurrir cosas
interesantes, o llamar a un amigo para encontrarnos. Aprendí a no quedarme
pegado a mis personajes, a la historia. No, para nada. Hoy puse punto final y
en un rato estoy en el cine, disfrutando los personajes de otros, sin ningún
mal de conciencia ni obsesión alguna. Es saludable si tu plan es escribir el
resto de tu vida. No conviene dramatizar, porque no podés vivir en el drama
permanente.
Recibiste
muchas distinciones por tu trabajo, incluso ganaste el Premio de Literatura
Infantil “El Barco de Vapor” con tu novela "La noche del meteorito"…
¿Qué significaron los distintos reconocimientos para vos?

Franco Vaccarini, gracias por
esta entrevista que me brinda la continuidad del placer, el de seguir
leyéndote.-
Ivanna Rosselli.-
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Acerca de Franco Vaccarini:

En 2006 obtuvo el premio “El Barco de Vapor” con su novela “La noche del meteorito”.
Desde 2013 dirige la Colección “Galerna Infantil”, de la
editorial “Galerna”.
Premios y distinciones:
- Mención de Honor del Fondo Nacional de las Artes por su libro El culto de los puentes (Buenos Aires, 1997). Además, diez de los poemas del libro fueron musicalizados por el compositor Javier Giménez Noble y cantados por la mezzosoprano Marta Blanco en el Salón Dorado del Teatro Colón (Buenos Aires, 1999).
- Su libro de poesía La cura fue seleccionado en el evento Buenos Aires No Duerme 98 (Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 1998).
- Premio de Literatura Infantil “El Barco de Vapor” Argentina por su novela La noche del meteorito (Buenos Aires, Ediciones SM, 2006).
- La katana perdida, novela en coautoría con Ángeles Durini, Mario Méndez y Graciela Repún, fue Finalista del Premio de Literatura Infantil “El Barco de Vapor” Argentina 2010.
- Sus libros El misterio del Holandés Errante, Los crímenes del mago Infierno y Los socios del Club de Pescadores, fueron seleccionados —para integrar las “bibliotecas personales” de alumnos de escuelas públicas— por el Programa 3 x 1 “Leer para crecer” del Ministerio de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Buenos Aires, 2008, 2011 y 2012, respectivamente).
Para acceder a otras lecturas del autor, y conocer sus publicaciones les dejo el enlace a la Revista Imaginaria - la recomendada de la casa, como siempre -: http://www.imaginaria.com.ar/2012/09/franco-vaccarini/
Sugiero la lectura de su autobiografía, publicada en dicho enlace.-
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