En el año 2005, mis primeros docentes de narración oral (formación enmarcada en un voluntariado social), me presentaron dos libros de Michéle Petit: "Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura" y "Lecturas: del espacio íntimo al espacio público"... Sentí que todo aquello que ella decía me ayudaba a cargar de significado este camino que empezaba a construir... nunca más pude dejar de leerla. Sé, que nunca más dejaré de hacerlo. A casi diez años, la vida me da la posibilidad jamás imaginada por aquél entonces de "encontrarme" a través de las palabras con Michéle Petit. Yo, su apasionada lectora, tiemblo en este encuentro, y confirmo lo que siempre sospeché: las palabras abren caminos que nos conducen a lugares maravillosos e insospechados, reparadores muchas veces y que nos hacen así de bien... Infinitas y desmesuradas "gracias" por este encuentro, Michéle Petit.-
Comparto la entrevista, para leer sus respuestas con mucha escucha, y disfrutarla en cada reflexión compartida...

En el primer encuentro con un libro cuyo recuerdo conservo, me parece
que lo que me exaltó fue el descubrimiento de un otro espacio, una otra dimensión,
a mi medida, donde podría encontrar un lugar. Era un placer muy parecido a
aquel que sentimos en la infancia cuando acondicionamos chozas. Se trataba de
un libro ilustrado y en relieve - lo que hoy en día llamamos un
"pop-up"- pero no tengo ningún recuerdo de la historia o de las
imágenes. Sólo de mi deslumbramiento y de esta sensación de encontrar un lugar
para mí.
Aparentemente, se trata de una experiencia bastante frecuente: mucha
gente me ha contado recuerdos de infancia en los que el placer era muy físico y
provenía de esta suerte de proximidad entre el libro y la choza, de este
descubrimiento de un otro mundo que le permitía a uno construir un espacio para
sí mismo. Algunos me han dicho: “siempre estoy en busca de eso mismo cuando
leo”.
Proust agrega: “cada lector se encuentra a sí mismo. El trabajo del escritor es
simplemente una clase de instrumento óptico que permite al lector discernir
sobre algo propio que, sin el libro, quizá nunca hubiese advertido”. ¿Es allí, en eso que el lector
advierte de sí mismo a través de la lectura, en esa grieta por donde asoma el
descubrimiento, donde se pone en juego
aquella conquista o reconquista que alguna vez mencionaste, la de “una posición
de sujeto”?
Te refieres a algo que con frecuencia fue observado por los escritores
(o los lectores "ordinarios"). Gide hablaba de las "princesas
soñolientas" que "llevamos en nosotros, ignoradas, esperando que una
palabra las despierte". Y Pierre Bayard nota: "Lo que realiza el buen
lector es una travesía de los libros, pues sabe que cada uno de ellos es
portador de una parte de él mismo y puede abrirle el camino a esta parte si
tiene la sabiduría de no detenerse..."
De vez en cuando algo en un texto despierta a una de las princesas de
nuestro alma, revela una parte de nosotros mismos que hasta el momento no había
podido decirse. Y entre líneas, nos convertimos en los narradores de nuestra
propia vida. Construimos una página de nuestra historia incorporando un
fragmento, algunas frases y nos apresuramos en deformarlas, precisamente porque
el sujeto está actuando en nosotros mismos, y se apropia el texto, lo somete a
su antojo, a su deseo. Por ejemplo, Paul Auster tomó consciencia algún día de
que cuando leía Orgullo y prejuicio de Jane Austen, la obra se situaba
para él ¡en el salón de sus propios padres, en el New Jersey!
Según parece, lo que está en nosotros debe primero encontrar cómo
decirse afuera (y por vías indirectas, o metafóricas) para que podamos estar
instalados en nosotros mismos. Estamos en busca de ecos de lo que hemos vivido,
de nuestras experiencias y esta búsqueda es tan intensa que a menudo hacemos
derivar el texto a nuestro capricho, lo reescribimos sin darnos cuenta.
Lo complicado es que la escuela tiene una representación del
"buen lector" bastante diferente: no se trata del buen lector de
Pierre Bayard, que sólo pasa por el texto...
¿Existe en todo lector una dimensión
de transgresión en la lectura?
Me gustaría pensarlo así, pero no estoy cierta de ello. Salvo si
consideramos que la dimensión de apropiación y de desvío, intrínseca a la
lectura, sea una transgresión...
Recordé que dijiste que el objeto de tus
investigaciones nos es “como podemos construir lectores” sino como la lectura
ayuda a las personas a construirse, a descubrirse, a hacerse un poco más
autoras de su vida, sujetos de su destino, aun cuando se encuentren en
contextos sociales desfavorecidos… ¿Nos permiten la escritura, la lectura con su
dimensión de reescritura, construir una “otra” memoria, la posibilidad de
reinventarnos?
Noteboom dice que el recuerdo es como un perro que se acuesta donde
quiera. Y el recuerdo siempre es una reescritura, una recreación. ¡Por ese
motivo los historiadores desconfían de los recuerdos de los que vivieron algún
evento, y suelen cotejarlos con otros datos!
Tu expresión, "la posibilidad de reinventarnos”, me hace pensar
en dos aspectos muy diferentes. El primero, es que escribir y leer nos permite
configurar de otra manera lo que hemos vivido, es como una segunda suerte que nos
es dada. Tomo un ejemplo corriente: sufro una pena de amor. Siempre me será posible
vengarme del ser que me ha dejado o ignorado encerrándolo en mis páginas y
escribiendo la historia de otra manera – o leyendo una novela. Una amiga
escritora me contaba ayer que Benjamin Constant escribió su gran obra Adolfo – el monólogo de un joven que abandona a su “vieja” amante – para
librarse de su propia pasión para Madame de Staël que lo había dejado plantado.
Calaferte decía que un libro no era otra cosa que el éxito del fracaso. No hay
porque reírse de esta dimensión: es uno de los múltiples caminos por
los cuales la escritura y la lectura son reparadoras.
El segundo aspecto es muy diferente: pienso por ejemplo en lo que
compone Daniel Mendelsohn en Los Hundidos, un libro magnífico y conmovedor[1]. Poco a poco reencuentra unas huellas,
unos recuerdos vivos, de seis miembros de su familia que estuvieron exterminados por los nazis. Seis
entre seis millones. Los nazis se esforzaron en acabar con la más mínima huella de estas personas, de
su subjetividad, de su singularidad. Mendelsohn hace revivir, después de investigar en el mundo entero, lo
más
singular: una manera particular que tenía una pariente de disfrutar de unas
fresas, o de llevar una cartera, o las piernas lindas de otra. En este caso, el
trabajo de puesta en relato, de escritura, aparece irremplazable.
Más allá de las obras de unos escritores, se puede pensar en el trabajo sobre
la memoria que se está realizando en varios países que
vivieron tragedias. Una amiga mía, Florence Prudhomme, desarrolló un proyecto
maravilloso en Ruanda para ayudar a viudas y huérfanos a reconstruirse después del genocidio[2]. Entre las múltiples actividades que propuso, está la escritura de “Cuadernos de memoria”
en los que la gente transcribe, con la ayuda de un escritor, algunos recuerdos –
no forzosamente de los meses terribles del genocidio: puede tratarse de recuerdos
de infancia, por ejemplo, que son anteriores al horror y de los cuales se
habían olvidado durante años. Todo eso hace que el país se vuelva
más
habitable.
También podemos pensar en la recopilación de relatos de vida que
actualmente se realiza en Colombia en el marco del proyecto
“Conflicto y salud mental”. Ciertamente existen experiencias similares en la
Argentina.
Según dijiste “Para democratizar la
lectura no hay recetas mágicas. Solo una atención personal a los niños, a los
adolescentes, a las mujeres, a los hombres”. ¿Esa atención
implica aquella sugerencia que alguna vez hiciste de hacernos un poco
etnólogos, observando como proceden los niños, los adolescentes, con los
libros, o los padres con los niños, escucharlos (...)?
Si, precisamente es lo que están haciendo muchos mediadores. Es un
arte que admiro. Supone mucha delicadeza, imaginación, conocimientos, intuición,
y una alternancia entre empatía y distanciación.
Recomendaste a los docentes un
ejercicio de reflexión interesante “elaborar una autobiografía como lectores”… ¿qué es lo que permitiría este ejercicio que, si mal no leí, vos misma
hiciste respecto de tu recorrido?
Yo hice este ejercicio (que dio lugar al libro Una infancia en el país de los libros[3]) porque mi editor y amigo Daniel
Goldin me lo sugirió. Y para despertar a aquellas
princesas, no hay como la lectura de unos recuerdos ajenos transcritos por
escritores.
No son sólo los docentes los que podrían reflexionar a este propósito sino también los bibliotecarios, los promotores
de lectura, los trabajadores sociales, los padres de familia… Para conocer
mejor su propia relación con los libros, la lectura, la cultura escrita, la
literatura, tomar consciencia de sus ambivalencias, de sus miedos eventuales.
Puesto que si hago hermosos discursos relativos a lo estupendo que es la
lectura, pero al mismo tiempo mi voz o mis gestos expresan el aburrimiento o el
malestar que en realidad aquella actividad me procura, será eso lo que el niño “oirá”.
De hecho, quizá el ejercicio sea todavía más recomendable para los docentes ya
que el acercamiento académico clásico supone poner a distancia la
propia experiencia, dejar afuera del aula la sensibilidad y no hacerse
preguntas sobre su propia relación con esta actividad (por lo menos así
fue y sigue siendo en mi país, salvo excepciones). De vez en cuando participo
en enseñanzas a distancia para unas universidades, en las que les pido a los
alumnos que comenten un tanto su recorrido lector, sus recuerdos, sus
experiencias. A menudo están sorprendidos por la propuesta.
¿Qué importancia tuvo encontrarte con
Mirta Colángelo durante el proceso de tus investigaciones?
Mirta hizo que yo me sensibilizara a toda la dimensión de la educación
por el arte, más allá de la lectura. Y ella me recordó que lo que hay que leer es el mundo
(lo que también menciona frecuentemente Graciela Montes con quien nunca cesé de conversar en mi cabeza, incluso si
ella no lo sabe). Mi próximo libro, que se publicará dentro de poco tiempo en Francia,
tiene como título, precisamente, Leer el mundo[4]. Me refiero varias veces al trabajo
maravilloso de Mirta, que ya mencioné en mi libro sobre el arte de los
mediadores. Aquí en Francia, estoy contenta de que el MUZ (un museo virtual de
las obras de los niños, fundado por el ilustrador Claude Ponti y Aline Hébert-Matray) le haya dedicado una
exposición, hace unos años[5]. Mirta estaba encantada.
Los pájaros siguen volando… pero el mundo es un tanto más aburrido, más trivial, sin Mirta. Era poeta en
todo lo que hacía. Existen en el mundo algunas personas que siento como
hermanos y hermanas, y con los cuales puedo conversar sin que lo sepan cuando
voy a pasear en un parque. Mirta era una de ellas. Cuando pienso en ella,
siempre la imagino saliendo afuera: saliendo al jardín del Patronato de la
Infancia con los pibes, saliendo para llevarlos a la orilla del océano para tirar botellas con mensajes.
Los arrancaba de lo que vivían, de sus tragedias, abría radicalmente el
espacio. Pero Mirta también nos llevaba a nosotros a las orillas cuando
hablaba. Cambiaba nuestra mirada sobre lo que nos rodeaba.
Cuando me enteré de su desaparición, me encontraba en el sur de Francia,
en Languedoc, en una casa que se abre hacia una playa. Era por la mañana,
descargué mis correos electrónicos y recibí la noticia. La gente con quien me
encontraba ignoraba quién
era ella, no podía compartir mi pena con cualquiera. Me levanté, miré el mar por la ventana y justo frente
a la casa pasaba un buque con una gran vela negra… Nunca había visto antes un buque con tal vela.
No quiero terminar esta entrevista,
sin traer a la memoria a un escritor que te mencionaba y apreciaba mucho,
Eduardo Dayán… ¿Qué recuerdos tenés de él?
Mi primer recuerdo de Eduardo, inseparable del de Alicia, su pareja,
está
situado en Bogotá,
en tiempos del 5o Congreso nacional de lectura, en 2002. Eduardo había recibido el Premio Latinoamericano
de Literatura Infantil y Juvenil Norma-Fundalectura para Palomas son tus ojos[6]. Es el recuerdo de su sonrisa – de
sus sonrisas a ambos. De su mirada divertida y cariñosa sobre lo (y los) que le
rodeaba. De las comidas en las que nos contaban la Argentina en crisis. De su
curiosidad generosa cuando vinieron a escuchar mi ponencia. Y del largo poema
que Eduardo leyó para clausurar el Congreso, en el que evocaba esa estancia en Bogotá, "una
incesante llovedera"
"Y el deseo que crece a cada paso
Volver, volver siempre a Bogotá. Y a su gente ¡Si, señor!"
Y yo temblaba de emoción escuchándole, él me devolvía aquella ciudad en la que
había vivido en mi adolescencia y a la que regresaba.
Después nos vimos cada vez que viajé a Buenos Aires, y me acuerdo de
nuestros paseos. Eduardo me presentaba la ciudad pero como su conversación era deliciosa, yo estaba tan atenta
a sus palabras que ¡no veía gran cosa!
Era como si lo conociera desde siempre, como si estuviéramos amigos desde la juventud (¡él era tan joven!). Y al mismo tiempo,
incluso si no teníamos tantos años de diferencia, Eduardo y Alicia constituían
para mí una suerte de pareja parental benévola. Me recuerdo que en el 2005 viajé a Buenos Aires en un estado fatal,
después de eventos familiares duros. Estaba enferma y me preguntaba como
podría cumplir con mis obligaciones y dar mis conferencias. Fueron ellos – con
Elisa Boland – los que me permitieron estar en pie. Me acompañaron con una delicadeza y una discreción admirables.
Cuando me enteré por una carta de Alicia de la muerte
de Eduardo, lloré como una niña y – eso también es infantil – estaba muy enojada
como si fuera algo particularmente escandaloso, ¡como si algunas personas
deberían ser dispensadas de morir!
La última, y con esta me voy - según
lo que me respondas -: ¿Cuándo te veremos nuevamente por
Argentina?
A lo mejor en el 2015. Si la Argentina se encontrara
más cerca de Francia, digamos a la distancia de España, viajaría allá una o dos
veces al año,
particularmente para encontrarme con amigos. Es que el Atlántico es muy ancho
cuando le toca a una pasar 14 horas de viaje sosteniendo al piloto con sus pensamientos...
_______________________
Michéle Petit, quiero agradecerte este
encuentro, hecho todo de palabras. Y darte un abrazo que acorte las distancias…
mientras ello sucede, ¿oís?... suena de fondo, como música que ambienta el
espacio, el tiempo, el alma, la voz de Graciela Montes pronunciando aquellas
palabras que vos misma escogiste alguna vez para cerrar una ponencia tuya en
Argentina:
“… la lectura es una actividad más amplia que ‘leer libros’: es
sentirse desconcertado frente al mundo, buscar signos y construir sentido. Para
leer de esa manera, con esa intensidad, el no asustarse por el vacío es
fundamental. Y cuando la programación de la vida es muy rigurosa, parecería que
no hay grietas ni lugar donde sentirse desconcertado, perplejo, cuestionador,
inquieto por todo lo que a uno lo rodea (…)
« Escrutar el cielo, el vuelo de las aves, el rostro de una persona,
la textura que adopta la corteza de un
tronco, la deriva del río es algo muy natural. Es natural tratar de entender cómo funciona un motor, una máquina.
La lectura de la letra no es más que una
sofisticación de esa otra lectura. Lo primero que hay para leer es lo
que está ahí, el enigma, el mundo…”
Hasta siempre… Ivanna Rosselli.-
[1] Ediciones
Destino. Ver http://www.publico.es/agencias/efe/8216/mendelsohn-rescata-del-olvido-a-seis-parientes-victimas-del-holocausto-en-los-hundidos
[4] Se
publicara en 2015 en español.
[5]
Todavía se pueden ver unas
obras en una colección particular,
siguiendo este vínculo http://lemuz.org/collections/view/2707/4802
**********
Acerca de Michéle Petit:
Michèle Petit nació en Francia, y cuenta con una formación pluridisciplinar. Socióloga y Antropóloga, ha realizado estudios
en lenguas orientales y psicoanálisis. Investigadora del
CNRS (Centro Nacional de Investigación Científica de Francia), y miembro
del laboratorio LADYSS (Dinámicas sociales y recomposición de los
espacios). Desde 1992 trabaja sobre la lectura y la relación con los
libros, privilegiando los métodos cualitativos, en particular el
análisis de la experiencia de los lectores. Ha coordinado
investigaciones sobre la lectura en el medio rural y sobre el papel de
las bibliotecas públicas en la lucha contra los procesos de exclusión. Ha profundizado el análisis de la contribución de
la lectura en la construcción o la reconstrucción del yo,
particularmente en espacios en crisis.
Participó en dos interesantes investigaciones relacionadas
con la lectura. La primera, realizada junto con Raymonde Ladefroux y Claude-Michèle
Gardien, dio lugar a la publicación del libro Lecteurs en campagnes: les ruraux
lisent-ils autrement? (Paris: BPI-Centre Georges Pompidou, 1993). Investigación
realizada a partir de entrevistas con personas, de diferentes categorías sociales,
que vivían en el campo y a las que les gustaba leer, donde evocaban, de manera
muy libre, el conjunto de su trayectoria como lector, desde los primeros recuerdos
infantiles.
La segunda, más reciente, se recoge en De la bibliothèque au droit de cité:
parcours de jeunes (Paris: BPI-Centre Georges Pompidou, 1997). En ella también
participaron Raymonde Ladefroux, Chantal Balley e Isabelle Rossignol. Esta investigación
se basó en entrevistas con 90 jóvenes de seis barrios desfavorecidos cuya trayectoria
se vio influida por la frecuentación de una biblioteca pública.
La investigadora ha intervenido
en numerosos coloquios, conferencias y cursos de formación a bibliotecarios, tanto
en Francia como en otros países
Textos de Michèle Petit en castellano:
- Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. Traducción de Rafael Segovia y Diana Luz Sánchez. México, Fondo de Cultura Económica. Colección Espacios para la Lectura, 1999.
- Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. Coedición CONABIP- Fondo de Cultura Económica. Colección Espacios para la lectura, 2001.
- Pero ¿y qué buscan nuestros niños en sus libros? Michèle Petit/ Leer, ¿para qué? Xabier Puente Docampo. Lecturas sobre lecturas/2. México, Dirección General de Publicaciones del Conaculta, 2002.
- Leer & liar; Lectura y familia, Lecturas sobre lecturas/16. México, Dirección General de Publicaciones del Conaculta, 2005.
- Una infancia en el país de los libros. México. Océano/Travesía. 2008.
- El arte de la lectura en tiempos de crisis. México. Océano/Travesía, 2009.
Michèle es tan profunda y tan accesible a la vez. Tan de otro lado y a la vez tan nuestra. Gracias Ivanna por traernos sus palabras.
ResponderBorrarGracias Selva, a vos, por tu lectura - apasionada, reflexiva y responsable -, por tu compañía, por estar... Sí, Michéle es tan de otro lado como nuestra, es verdad... es intensa... y leerla provoca esa intensidad en la lectura.-
BorrarMaravillosa entrevista, muchas gracias. Y, de nuevo, libros y autores para descubrir.
ResponderBorrarAna, muchísimas gracias por haber venido con tu mirada y tu escucha hasta aquí, y más aún, por haberte tomado el tiempo de haber compartido tus emociones lectoras... sí, nuevos libros y autores por descubrir, que así sea siempre! abrazo
Borrar