Encontrarme en este espacio con Iris Rivera, significa mucho más que "entrevistar" a una "escritora"... Significa para mí el reencuentro con una maestra.
Hace mucho años, yo solía escribir mucho más de lo que hablaba, por eso una docente de narración oral me había sugerido asistir a un taller literario. Pero no a cualquiera, dijo, porque sabía que yo tenía, además de pocas palabras, muchas tristezas. Me pasó un nombre "Eduardo Dayán". El fue el primero en ver mis escritos, en un bar que se llamaba "Renacer" y tal vez esa era una señal, la de que todo vuelve a empezar cada vez.- Era verano, y Eduardo había dicho que retomaría en Abril sus actividades, pero yo quería empezar pronto, y seguí buscando... entonces en internet hallé un nombre, como si acaso una luz me lo hubiera señalado: "Iris Rivera", y le escribí.- Nos juntamos en su espacio de trabajo. Me esperaba con jugo y galletitas, y una sonrisa puesta y una mirada que abarcaban letras, cuerpo y alma para quien, como yo, lo andaba buscando todo.- Me senté tímida con mis pocas palabras dichas, con mis muchas palabras escritas, y le fui mostrando mis cuentos de a poco. Ella mostraba gusto al leerme, mientras yo aflojaba miedos de principiante, y me guardaba su sonrisa para siempre sin que se diera cuenta.- Sus palabras, su aliento puesto en mi escritura, iban trabajando dentro mío.- Finalmente le escribí a Eduardo: "Encontré una persona que me lea, Iris Rivera".- Y es que era eso, era sentirse leída por quién una lee, cosa extraña y así de bella.- Eduardo me dijo "Buena elección, Iris Rivera es adorable, y es una amiga".- Todo estaba listo para comenzar, y allí fue entonces donde dí mis primeros pasos en este camino de constante búsqueda dentro del campo de la literatura... No por nada, cuando para la facultad tuve que hacer un trabajo de observación, me puse en contacto con ella para asistir a su taller, una formal excusa para volver, y sobre todo para abrazarla de vuelta.-
Porque las palabras tallan recuerdos y las huellas resultan indelebles, puedo decir con alegría, aquí está, Iris Rivera, otra vez... ¡Gracias Iris por esta entrevista!... La compartimos:
Dijo Ema Wolf en una mesa
redonda que “los lectores contumaces nos alimentamos en buena medida de los
textos inconvenientes a los ojos de lo instituído”… ¿De tu experiencia lectora en tu infancia, recuperás algunos
textos “inconvenientes”?
De mi infancia, no. Debo haber sido una niñita demasiado
obediente. Tenía mis propios libros y no espiaba demasiado (un poco sí) los
otros que había en casa. Una lástima.
¿Qué de tu experiencia como niña
lectora, se entrecruza en tu relación con la lectura y la escritura hoy?
Las tardes de verano, tirada panza al piso en las baldosas
frescas, releyendo las novelas de tapa amarilla de la colección Robin
Hood. Me entusiasmaba volver a las historias que ya conocía
para saborearlas otra vez. Hoy hago lo mismo, por eso siempre estoy atrasada
con las novedades. Con la escritura es igual: lo que más me gusta es
reescribir, corregir, pulir, probar a decir de otra manera…
Dijo, también, Ema Wolf que “hay una sensualidad en el acto de leer que
la escuela no acaba de considerar”… ¿cómo
ves esta situación en las escuelas que visitás?
Encuentro docentes que son lectores y
mediadores. Son los que tienen conciencia de esa sensualidad, la respetan, la propician.
Desgraciadamente no son mayoría, pero afortunadamente existen
y su número va en aumento. Los docentes que no son lectores de literatura no
conocen esa experiencia y, claro, no pueden tomarla en cuenta. Estos docentes
son los que creen que leer es “entender” y someten a los niños y niñas a
interrogatorios que llaman “de comprensión lectora”. Pero comprender es, para
mí, más que entender: es sentir que las palabras te tocan, que resuenan en vos
de una manera única, que lo que está escrito te transporta a otro tiempo, a
otro espacio y que estás viviendo ahí con todos los sentidos.
Me parece que entender tiene que ver con hacerse una idea, conocer,
informarse, inferir, deducir, pensar. En este sentido, puedo decir que
entiendo, por ejemplo, cómo se llevó a cabo la apropiación de niños durante la
dictadura. Entiendo cuándo, por qué y para qué. Entiendo en el sentido de estar
informada de los hechos, pero no hay manera de que los pueda comprender. Porque comprender es, para mí, mucho más que tener
la información. Tiene que ver con rodear algo y acercarlo, acercárselo hasta
llegar a incluirlo en uno mismo, así lo dice el diccionario en una de sus
acepciones. En ese sentido es que no puedo comprender la apropiación de niños,
aunque entienda informativamente lo que pasó. No los puedo comprender porque no
lo puedo aceptar, no puedo abrazar esos hechos hasta incluirlos en mí.
Hace poco, una docente me dijo que se había dado cuenta de que la
literatura es arte y que eso le cambió por completo la mirada, porque ella
estaba tratando a los textos literarios como si fueran textos informativos. Se
refería que les preguntaba a los niños por lo que “habían entendido”, y pasaba
por alto que en arte, la cuestión pasa por comprender.
Cuando visito una escuela me doy cuenta pronto si la lectura es para esos niños
una experiencia vital o solamente pasa por la cuestión de “entender” en el
sentido de informarse.
¿Sentís que se brinde a los chicos
la posibilidad de un encuentro espontáneo
con el autor, o existe la necesidad de dirigir esos encuentros?
Encuentro situaciones diversas. En muchas escuelas, los niños llegan
al encuentro con preguntas escritas en papelitos. En estos casos sucede que se
muestran ansiosos por preguntar, pero no están curiosos por las respuestas.
Otras veces sucede que los docentes los instan a que cuenten lo que hicieron
después de leer e incluso a que cuenten lo que se acuerdan del texto mismo. En
estos casos, me da la sensación de que las preguntas ansiosas del docente
obturan la espontaneidad de los niños. Muchas veces me pregunto qué nos pasa a
los adultos cuando nos empezamos a preocupar por que los niños “aprendan” a
leer. Quiero decir, qué nos pasa como padres y como docentes, cuando pasamos de
disfrutar escenas de niños comprendiendo y nos deslizamos a preocuparnos por
generar situaciones que los pongan en trance de “demostrar que entendieron lo
que suponemos que tendrían que entender”. En esta concepción que considero
superada (o al menos desearía que estuviera superada) se apoyan muchas de las
famosas “guías didácticas” que aparecen en los libros de texto bajo el nombre de
“guías de comprensión lectora”: ¿quiénes
son los personajes? ¿cuál es el conflicto con el que se enfrenta el
protagonista? ¿por qué hace tal o cual cosa? ¿qué pasa después de que lo hizo?
¿resuelve el conflicto? ¿cómo? Todas
estas preguntas apuntan a que el lector demuestre que entendió en el sentido de
estar informado de lo que pasó en la historia. Pero comprender una obra
literaria ¿es solo “entender” lo que pasó ahí? Los que somos lectores sabemos
bien que no.
Por suerte, en algunas visitas (cada vez más) encuentro que la
lectura ha sido una experiencia vital para todos (adultos y niños), entonces la
conversación fluye sin necesidad de papeles escritos ni de preguntas
inquisidoras. Cuando esto pasa, me queda la sensación de que la visita tuvo
sentido.
¿Qué llevás cuando vas a las
escuelas al encuentro con los chicos? ¿Con qué volvés?
Llevo mi curiosidad por conocer a esos lectores, mi
inquietud por saber si les pasó algo durante la experiencia de leer y mi deseo
de que les siga pasando. También llevo mi preocupación por los docentes como
lectores y como mediadores, mis deseos de aportarles algo que les ayude en su
quehacer. Llevo mi disponibilidad para conversar. Llevo borradores, bocetos,
distintos momentos del proceso que desemboca en un libro. Llevo objetos que
tienen que ver con algunos de los libros y anécdotas que funcionan como
respuesta a algunas preguntas. Llevo distintos libros, ganas de leer y mis
orejas bien abiertas a la escucha.
Vuelvo con mi lectura de la experiencia, con sensaciones que
me llevan a replantear la visita siguiente, con el recuerdo de lo que los niños
y los docentes dijeron, contaron, mostraron a partir de su experiencia como
lectores. Escuché que en algunas escuelas preparan la visita de un autor
organizando un juego al que llaman “El imbatible”, inspirado en un programa de
TV. Lo que organizan es un juego de preguntas y respuestas del orden de lo
informativo. El autor o autora asiste como jurado y debe decir si la respuesta
es correcta o no, con lo que los participantes se van eliminando hasta quedar
como ganador el más informado, el desdichado “Imbatible”. Digo des-dichado,
porque en esa competencia de memoria, lo que primero se pierde es la dicha de
leer. Escuché que los autores se ven en el trance de “estudiar” sus propios cuentos o novelas
porque no recuerdan esos detalles sobre los que tendrán que juzgar a sus
lectores. Y si los propios autores no los recuerdan, ¿por qué tendrían que
recordarlos los lectores? Y lo que es peor: ¿para qué? Siento que un lector de
literatura es lo opuesto a un imbatible: es alguien que entra a un texto, se
deja llevar y hasta invadir, habitar por la historia y ser un habitante de
ella. Un habitante dichoso aún en el caso de que la historia lo haga sufrir.
¿El imbatible? Como lectora, muchas obras me dejan en todo caso batida y hasta
abatida. Es que de eso se trata leer literatura.
De las visitas a las escuelas vuelvo también con alguna
planta, una lapicera nueva, un block bonito, una caja decorada y muchas cartas,
láminas, muñecos y construcciones que se salieron de los libros, que estuvieron
entre aquellas manos y ahora están en las mías. Y vuelvo también con una
pregunta que ya les empecé a hacer a los docentes con los que me encuentro:
¿cómo fue la conversación después de escuchar o leer el cuento? ¿qué pasó en
ese después que no se ve en la maqueta, en la lámina, en el muñeco? Entonces me
cuentan y, cuando me cuenta pregunto: ¿están registradas las voces de los niños
con las intervenciones del mediador? ¿alguien anotó lo que dijeron? ¿quedaron
grabadas esas conversaciones para seguir aprendiendo a mediar a partir de
ellas? Es que en esas conversaciones está el meollo de lo que pasó con la
experiencia, mucho más que en la maqueta, en el dibujo, en cualquier otra
producción post-lectura. Con esto no descalifico esas producciones, pero digo
que lo más importante que pasó no se muestra. Pienso en lo valioso que sería
para los niños notar cómo sus palabras fueron escuchadas y sus silencios,
comprendidos. Y con lo importante que sería para los mediadores hacer pie en
esas conversaciones para seguir explorando y aprendiendo a mediar.
Recordaba la escena que
comentaste, cuando fui a observar la dinámica de tu taller, acerca de aquella
escuela en que un chico intentaba relatar su experiencia de lectura con un
libro tuyo, con el que fue construyendo una relación particular y el resto de
los chicos atentos su relato,
consultándolo respecto de dicho libro… ¿será que
los niños pueden constituirse como mediadores de lectura?
Claro que sí. Ese niño fue, en ese momento, un mediador
involuntario, espontáneo, sin formación específica. Tuvo a todo su auditorio
atento a lo que decía acerca de ese libro y seguramente les generó, a muchos,
deseos de leer. La experiencia de ese niño fue la de ser escuchado. La
experiencia de lo demás, fue la de estar escuchando a un par. La experiencia de
todos fue la del diálogo lector-texto-lector.
¿Tenés posibilidad de abrir un
espacio de reflexión en torno a estas prácticas con los docentes?
Es mi intención y a veces se da en la
hora de almuerzo, como charla informal. Trato de usar ese tiempo para conversar
sobre la cuestión de mediar entre los libros y las personas. Otras veces hay
programada, dentro de la visita, una charla dirigida a docentes, bibliotecarios
y padres sobre mediación o también un taller donde trato de mostrar prácticas
de lectura con grupos de lectores. Me interesa muchísimo la cuestión de mostrar
las prácticas y luego reflexionar sobre cómo las diversas concepciones de
infancia y de lectura se juega en ellas.
Vos también, con esta entrevista, me estás ofreciendo esa
posibilidad y la tomo para decir lo que desde hace un tiempo vengo diciendo
cada vez que puedo, y es que escuchar no es sólo oír, es demorarse en oír. Para
que yo, mediadora, pueda dejarme alcanzar por las voces de los otros, hace
falta que haga silencio de mí. La escucha es un ejercicio. Mis ideas previas,
mis palabras se callan, se a-callan para poder recibir las palabras del otro,
para hacerle lugar a lo que tiene de único, de diferente, de singular. Y voy a
la sorpresa, a lo que hay en el otro de imprevisible para mí, a lo que
contiene, a lo que lo contiene y lo desborda, a lo que es.
La escuela es un lugar privilegiado donde nos
encontramos dentro de una “comunidad de lectores” y así tenemos la oportunidad
de escuchar lo que otros sienten y piensan de aquello que estamos leyendo, como
también la de aportar nuestros sentires y nuestra opinión. Los sentires y
opiniones del mediador, según entiendo, no quedan fuera del intercambio, pero
sería preferible, me parece, que los dejara para después de escuchar a los
demás participantes de la conversación. Pero si intercalara sus comentarios,
sería interesante que lo hiciera como la voz de un lector con más experiencia,
claro, pero sin dejar por eso de ser un lector más. Lejos de imponer su
lectura, su función sería, en mi opinión, ofrecerla para que las otras lecturas
se sigan abriendo.
Aidan
Chambers se refiere a este “hablar juntos” como un momento de “despegue” hacia
lo que, hasta el momento de la charla, nos era desconocido. Al escuchar lo que otros dicen de lo que
estamos leyendo, descubrimos lo que no se nos hubiera ocurrido pensar a solas.
Nuestro pensamiento se une y se entrama con el de los otros. Y así, de nuestro
solitario “texto pensado”, que es un tejido, va surgiendo el “texto
conversado”, otro tejido que crece a lo ancho de la lectura en grupo, a lo
largo en el tiempo del encuentro, y que sigue creciendo en nuestro tiempo
interno cuando nos lo “llevamos puesto”. Entonces, ese “despegue” del que habla
Aidan Chambers, es también profundización: encontramos otras “capas” en el
texto, otras capas en nosotros mismos, otras capas en las demás personas (en
los distintos niveles de profundidad que tenemos las personas).
Para
un docente, para un bibliotecario hay una interesante distancia entre pensar la
lectura como un hábito (el tan trillado “hábito de la lectura”) y pensarla como
un “lugar habitable”, un “espacio a habitar” en el que no necesariamente
estaremos solos aunque también podamos estarlo si queremos y tenemos la
oportunidad.
¿Creés que existe una literatura
infantil? ¿Qué pensás que constituye su especificidad?
Creo que existe una literatura que suele llegar incluso a
los niños, que no los deja afuera. Esa literatura tampoco deja afuera a los
adultos. Es una literatura inclusiva. Si tuviera que hablar de alguna
especificidad, diría que la LIJ está
mediada por los adultos: nosotros elegimos los libros que llegan a los
niños y también decidimos la forma en que se los vamos a presentar. La LIJ
circula por fuera de la escuela, pero también por dentro y esta cuestión de
circular por dentro de una institución educativa, hace que quede en riesgo de
desvirtuarse, dependiendo de qué concepción de lectura y de infancias tengamos
los adultos que funcionamos como mediadores. Uno de los riesgos es que se
utilice un texto literario, como te decía, para evaluar si los niños “entienden
lo que leen” (y peor si entender significa acertar con lo que el docente
“entiende”).
¿Qué lugar sentís que existe hoy en
la literatura infantil y juvenil, para lo sugerido, lo abierto… para la
apertura de interrogantes?...
Hoy se publican muchos libros que pasan por ser literatura,
pero no lo son, justamente porque no dejan espacios para que los lectores
pongan de sí. Historias o símil-poemas tan explicados que no permiten abrir el
abanico a diversas lecturas posibles. Son libros que tienden a dejar tranquilo
al lector, que no lo mueven ni lo conmueven, que no lo dejan “inquieto y en estado de pregunta”- dice
Cecilia Bajour- como pasa con los libros de literatura, como pasa con todos los
productos de cualquiera de las artes. Para que un texto sea literario, es
necesario que sea “poroso”, que no esté todo dicho, que la entrelínea (la
sugerencia) exista en él porque es en esos poros, en esos espacios donde entra
el lector a decir su palabra. Gracias a esos huecos el lector tiene chance de
convertirse también en autor: el autor de su lectura.
Publicaste varios libros en los
que trabajaste en conjunto con ilustradores… Y me acuerdo de María Elena Walsh cuando refería
a las fotógrafas Sara Facio y Alicia D´Amico, las llamaba: “promotoras de la
inquietud de la mirada”, de “otro punto de vista”… ¿Podríamos pensar en los ilustradores, hoy, como “promotores
de la inquietud de la mirada?...
Diría que sí cuando se trata de ilustradores que hacen una
apuesta artística. El artista plástico empieza por tener y desarrollar una
mirada inquieta y propia, y es desde ella desde la que crea. Diría que no
cuando se trata de ilustradores que acomodan su trabajo a las demandas del
mercado, a lo que más se vende, sin correr riesgos. Elijo trabajar con los que
nombré primero porque yo misma apuesto, cada vez, a producir un libro que, por
salir bien, corra el riesgo de salir mal: sin satisfacción garantizada. Libros
que sean el producto de búsquedas internas de ambos autores y no la respuesta a
lo que el mercado encontró que se vende y entonces tienta a los autores para
que se vuelvan obedientes. Ahora que escribo la palabra obedientes, mi mirada,
ante ella… oh! ve dientes.
Hablando de estéticas y/ o
temas inquietantes a la mirada, hablemos de “Maqueta”… ¿por qué consideraste, que esa obra merecía ser incluída
dentro de la LIJ?
De niña me decían que era de mala educación responder una
pregunta con otra pregunta. Ahora me di cuenta de que una segunda pregunta como
respuesta puede echar luz sobre la primera, así que te respondo: ¿y por qué no?
¿Alguna vez rechazaron algún
material tuyo para publicar por considerar que no se ajustara – desde las
distintas representaciones y parámetros de la editorial en torno a la LIJ – al
público infantil?
Sí, por ejemplo Baldanders. No sabían en qué colección
incluir esta historia, “para qué edad” podría ser. Hoy que una editorial
publicó la historia apostando a no sugerir edades, el libro, con ilustraciones
de Tania de Cristóforis, encuentra desde lectores primerísimos (los que todavía
no leen palabra escrita, al decir de María Inés Bogomolny) hasta adultos de
cualquier edad. Esto me hace pensar en que la indicación de edades en los
libros, puede llegar a funcionar en contra de que los libros encuentren
lectores.
Graciela Montes decía que el
autor amasa su escritura con el agua y el barro que toma del río en ese lugar
donde está instalado… ¿en qué lugar estás
instalada hoy? Y, desde ese lugar ¿con qué amasás tu escritura?
Creo que me cambio de río y de barro con bastante facilidad
y mucha curiosidad. En este momento y desde hace un tiempo ando explorando las
aguas de la poesía, pero si se mezclan otras aguas, no es que las dejo pasar.
No me aplico el dicho “agua que no has de beber, déjala correr”. Mi impulso es zambullirme y bucear.
También agregaba Graciela Montes
que “ningún escritor se cuestiona si es puro o impuro el lenguaje que está
usando: no tiene otro”… ¿cuál es tu lenguaje para escribir?
A veces juego con los niveles de lenguaje y me gusta
encontrar diferentes voces. No me preocupa la cuestión de si el lenguaje es
puro o impuro, coincido con Graciela Montes, una maestra para mí y para tantos
que la seguimos extrañando. Sí me preocupa que el lenguaje sea acorde a lo que
estoy narrando. Si una palabra desentona, busco otra. Sobre esta y otras
cuestiones (todas, en realidad) me encuentro preguntándome ¿qué diría de esto y
lo otro y lo otro Graciela Montes?
¿Qué búsqueda te sostiene en este
camino de la literatura infantil y juvenil?
No sé si me sostengo en un camino. Más bien me da la
impresión de que voy de rama en rama, como un monito que juega y explora.
¿Hace falta el espacio de la
crítica en la literatura infantil? ¿Pensás que puede aportar otros modos de
lectura que desplieguen otros recorridos?
Claro. Pienso que somos muchos los autores y muy pocos los críticos.
Para ser crítico literario hace falta formación y dedicación, y no hay
demasiada gente en el ámbito de la LIJ argentina que se dedique a ello. La
crítica aporta, acompaña a leer. Nombro a tres profesionales- la primera de
ellas fue pionera- a quienes leo con mucho respeto porque me ayudan a hilar más
fino, a ver más: María Adelia Díaz Rönner, Marcela Carranza y Cecilia Bajour. Por eso celebro,
recomiendo y curso las Diplomaturas en LIJ de la UNSAM (Universidad de San
Martín). Los mediadores necesitamos formarnos, cuestionar, problematizar,
elegir con criterio crítico. De lo contrario, corremos el riesgo de que nos
vendan gato por liebre. Y lo peor es que, si compramos gato, después lo
ofrecemos a los niños convencidos de que es liebre… y nos quedamos tan
contentos.
Te pido una breve crítica a la literatura infantil
argentina hoy…
Te la voy a deber porque no soy crítica. Me falta formación
para serlo. Por eso, entre otras cosas, es que empecé a cursar las Diplomaturas
de las que te hablo. No es que solo por cursarlas me vaya a convertir en
crítica, pero sé que voy hacerme muchas más preguntas de las que me estoy
haciendo ahora. Sé que voy a ver aguas inquietas donde ahora veo aguas nada
más.
¿Considerás la narración oral, la
lectura en voz alta, como puentes para ir hacia la literatura escrita?
Seguramente. Por eso destaco a los narradores orales que,
en sus espectáculos, muestran los libros de donde sacaron las historias. Y por
eso también echo de menos los nombres de las obras y autores en las gacetillas
de prensa de esos espectáculos.
La lectura en voz alta me parece muy importante. A veces me
encuentro con adultos que dicen “a mí nunca me leyeron un cuento”. Lo dicen con
el tono de voz de quien reclama un derecho que no le dieron, una caricia que le
faltó. Y agregaría algo más a esta cuestión de
la oralidad como puente entre las personas y los libros. Es algo que, como dice
María Inés Bogomolny, está faltando en la formación de los mediadores y en las
propias prácticas de mediación: hablar de libros como se habla de películas
(contar una parte, recomendar, llegar al punto en que el otro nos diga “pará,
no me lo cuentes que lo quiero a leer”). Eso pasa naturalmente con las
películas y estaría muy bueno hacer que pasara con los libros. Que pasara con
la misma naturalidad.
Recibiste varios
reconocimientos, premios por tus libros, y en 2011 el Pregonero por tus aportes en la difusión del libro y la
lectura, el Premio Hormiguita Viajera 2013 como Maestra Latinoamericana de LIJ, y el Premio Konex (Diploma al mérito - Infantil)...¿qué significan para vos
esos premios?
Significan el reconocimiento de unos lectores que a su vez
son reconocidos como especialistas
criteriosos y por eso los convocan para ser jurados. Significan que esas
personas consideraron esos trabajos como destacables. Y, en definitiva,
terminan significando que hay alguien, además de mí, que toma en serio esto que
hago todo el tiempo.
Hiciste en tu recorrido taller
con Laura Devetach
¿qué aprendiste con ella?
Siempre me digo que gracias a Laura y a mi grupo de
compañeras del taller de los martes, que se extendió por espacio de 10 años y
con quienes sigo conectada, aprendí a leer. Con esto quiero decir que aprendí a
prestar atención a lo que las palabras dicen, a lo que no dicen, a lo que
sugieren o dejan de sugerir. También, a escuchar cómo suenan y cómo dicen otras
cosas cuando se las combina distinto, a seguir andando por mi “camino lector”
(como lo llama Laura), a contar con “miradas otras” cuando se trata de revisar
mis textos. Supe que escribir es hacer pie en la cultura y que no es lo mismo ser
profundo que haberse venido abajo. Comprendí el rol de los mediadores adultos y
por qué necesitan formación. Sigo participando, ya no del taller de Laura, pero
sí de sus resonancias que no terminan nunca.
Te formaste
como maestra…¿Tuviste que des- aprender y/o des- aprehender ciertas cosas
del oficio, para poder escribir para chicos?…
Como maestra tenía muchos tics, quería
enseñar esto y lo otro. Para escribir necesité sacarme el guardapolvo de
explicadora y eso me costó bastante, tirando a mucho. A la vez, cuando pude
sacármelo (al guardapolvo, digo), el lugar desde donde escribo hizo que
cambiara el lugar desde donde trabajo como docente.
En una
entrevista, contaste que Graciela Montes fue una de las primeras en interesarse
por tu escritura, y que te había regalado su libro “El corral de la
infancia”… ¿Recordás en ese momento,
época y contexto en que te lo regala, que significó leer ese libro para
vos?...
Eso sucedió en la segunda mitad de los
’80. Yo estaba trabajando como maestra de grado en escuelas públicas del
conurbano y, a la vez, escribía. Había vuelto la democracia y la literatura
infantil florecía con autores de la talla de Ema Wolf, Graciela Cabal, Laura Devetach, Gustavo Roldán y la propia Graciela
Montes que dirigía la editorial Libros
del Quirquincho. Todos ellos habían abrevado, de una manera u otra, en el
proyecto editorial del Centro Editor de América Latina, dirigido por el
admirable Boris Spivacov. Yo recibí, a través de ellos, los ecos de aquella
mística. Con El corral de la infancia descubrí lo que pasa cuando un autor “pisa el palito” y
“baja línea” (así lo dice Graciela Montes). Entonces me dediqué a sacar los
palitos que había pisado en los cuentos que le llevé. Se podría decir que entré
en la LIJ pateando mis propios palitos y por la generosidad de gente que dejó y
sigue dejando huella.
Llevaste la
palabra, como convite, a espacios no formales… cárceles, encuentros con jóvenes
droga- dependientes, etc. ¿qué aportó esa
experiencia de trabajo a tu modo de trabajar con la literatura?
Aquellos encuentros eran para leer y,
salvando el contexto en el que sucedían, no fueron distintos de otros:
estábamos en una comunidad de lectores. Si algo tuvieron de diferente fue la
manera de manifestarse, en ellos, el poder liberador de la palabra. En situación
de encierro obligado, la palabra cobraba mayor peso y consistencia, calaba más
hondo, decía y hacía decir “más y otras cosas” (como tal vez hubiera dicho
Alejandra Pizarnik). Estas experiencias me ayudaron a comprender que todos
somos lectores profundos cuando un texto literario nos toca y nos invita a
leer-nos.
Dijiste alguna vez “Mirar las
imágenes de un libro no es solo ver, es detenerse a ver, demorarse en ver. Y
leer un texto no es solo leer, también es detenerse y demorarse, es re-leer”…
Pensaba en esas demoras, en la mirada puesta allí en esos intervalos… pensaba
en Juarroz… y te invito a que pensemos juntos, vos, Juarroz… y yo, apenas desde
lejos… ¿dale?
Dale.
“no se trata de hablar,
ni tampoco
de callar;
se trata de
abrir algo entre la palabra y el silencio…”
¿Creés
que allí en ese demorarse frente a las imágenes y las palabras al que
referís, es donde puede abrise otro
lugar por donde aparezca otra cosa?
Claro que sí: en la primera
lectura tal vez pasaste por alto algunas entrelíneas. Es en las relecturas
cuando lo que no está dicho empieza a decirse en vos. No se trata de descubrir
lo que Juarroz “quiso decir”, sino de escuchar lo que él no dijo, pero se dice
en mí.
(…) Buscar esos mensajes intermedios
La forma que se forma entre las formas
Es completar el
código
O tal vez descubrirlo
¿Será que
tenemos que aprender a leer así?
Es que así es como la literatura
te abre las puertas que dejó entornadas para que puedas espiar, al decir de
Juarroz, “la forma que se forma entre las formas”. Al lector le puede parecer
que la forma que se forma es una sola, pero apenas tenés una experiencia de
lectura en grupo, descubrís que entre la palabra y el silencio se abre un
espacio donde entran muchas formas, tantas como lectores le presten atención.
"Callar puede ser una música/
Una melodía diferente
Que se borda
con hilos de ausencia/ Sobre el revés
de un extraño tejido"
¿Cómo te llevás con el silencio?
Muy bien. Lo necesito a diario.
En cambio me llevo muy mal con la cháchara, con las palabras hojarasca que
decimos para no estar callados. Me acordé de un poema del sanjuanino Rogelio
Ramos Signes:
“No soy rápido con las
preguntas,
tampoco con las respuestas.
Soy rápido para hacer silencio,
para quedarme callado antes que los demás,
para hacer uso de mi derecho
a permanecer con la boca cerrada,
con las cuerdas vocales en reposo.
Soy rápido para no decir lo que otros dicen,
para callar en medio
de la barahúnda…”
"Levantar cada palabra que encontramos
Y examinar
mejor debajo (…)
Siempre
hallaremos otra huella (…)"
¿Qué
huellas reconocés por debajo de tu escritura?
Reconozco a todos los autores y
autoras que te nombré y también a María Elena Walsh y a Javier Villafañe. También
vuelvo siempre a Julio Cortázar, a Clarice Lispector y a varios otros que sería
largo enumerar. Todos estos creadores nunca terminan de decir lo que están
diciendo y, por eso vuelvo, para encontrar lo que me pasó de largo en lecturas
anteriores.
"Hay que
hallar más mirada en los ojos
O fuera de los ojos… Y descubrir por fin la fiesta prometida (…)"
¿En qué
libros, o en qué aspectos de ciertos libros,
sentís hallar los atisbos de la fiesta prometida que merece celebrar la
LIJ?
Hoy encuentro esa fiesta
prometida en Laura
Devetach, Ema Wolf, María Teresa Andruetto, Liliana Bodoc…
Abrevando en esa concepción de la literatura que ellas siguen plasmando en
obra, estamos unos cuantos otros que venimos tratando de “abrir algo entre la
palabra y el silencio”, como dice Juarroz.
"Hago un pozo
para buscar la palabra enterrada
Si la encuentro, la palabra
cerrará el pozo
Si no la encuentro
El pozo quedará abierto para
siempre en mi voz (…)"
Acompaño tu cita de Juarroz con una de Clarice Lispector en “Para no
olvidar”:
“Entonces escribir es el modo de quien usa la palabra como carnada: la
palabra pescando lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra muerde la carnada,
algo se ha escrito. Una vez que se pescó la entrelínea, se puede tirar con
alivio la palabra. Pero
ahí cesa la analogía: la no-palabra, al morder la carnada, la incorporó…”
Iris Rivera,
buscadora incansable de palabras… no me digas que palabra estás buscando
ahora… Tendrás mucho por hacer, pensar,
decir… tendré, luego de todas tus amables respuestas, mucho por pensar, pensar,
pensar… Y Juarroz, que ha pensado demasiado en su tiempo, tiene las palabras
exactas para… ¿cerrar?...
"... Quedarán
por decir
Casi
todas las cosas.
Es demasiado tarde para
empezar otra vez desde el comienzo..."
Es que mientras se vaya
volviendo tarde para los que ahora decimos, estará amaneciendo para los que
llegan con voz y palabra nueva. Y de eso se trata. Por suerte, como descubre
Juarroz, quedarán por decir casi todas las cosas.
Gracias a vos Ivanna.
______________________________
Acerca de Iris Rivera
Iris Rivera nació en Buenos Aires en 1950 y desde entonces vive en
Longchamps, una localidad de la zona sur del conurbano bonaerense. Es
maestra y profesora en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Trabajó como docente de nivel primario y secundario en escuelas
oficiales durante 25 años. Paralelamente con la carrera docente, comenzó
a publicar literatura infantil como autora y se especializó en
formación de mediadores entre las personas y los libros.
Participó durante años del taller Cadaquince coordinado por Laura Devetach
y cursó el Postítulo en Literatura Infantil y Juvenil del CePA (Centro
de Pedagogías de Anticipación, dependiente del Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires). Realizó colaboraciones para diversas revistas infantiles:
Anteojito, Billiken y AZ-diez. Se desempeñó
como mediadora en espacios no convencionales (hogares de niños,
ancianos, jóvenes en recuperación por drogadependencia y cárceles).
Actualmente participa como conferencista y panelista en Jornadas y
Congresos de la especialidad, y coordina talleres literarios de lectura,
escritura y reflexión. Por su trabajo como especialista en LIJ recibió el premio
Pregonero 2011 otorgado por la Fundación El Libro. También, el premio
Hormiguita Viajera 2013 como Maestra Latinoamericana de LIJ otorgado por
la Biblioteca Madre Teresa de Calcuta. Y el premio Konex (Diploma al mérito- Infantil)
Premios y distinciones
*Premio “Destacados de ALIJA 2006″, categoría “Cuento”, por su libro Llaves (Buenos Aires, Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina, 2007).
*Premio “Destacados de ALIJA 2009″, categoría “Cuento” por su libro El Cazador de incendios
(Buenos Aires, Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de
Argentina, 2010). Este libro también fue editado en España y
seleccionado por el Plan Lector 2009 en ese país.
*Mención en “Destacados de ALIJA 2010″, categoría “Libro-álbum” por su libro ¿Dale?, en coautoría con Lancman Ink (ilustraciones) (Buenos Aires, Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina, 2011).
*Gran Premio ALIJA 2009, en los “Destacados de ALIJA” por su libro Haiku, en coautoría con María Wernicke
(ilustraciones) (Buenos Aires, Asociación de Literatura Infantil y
Juvenil de Argentina, 2010). Este libro-álbum también fue nominado por
el Banco del Libro de Venezuela entre los mejores publicados para niños
en Latinoamérica durante ese año e integró la selección The White Ravens
2011, preparada por la Internationale Jugendibibliothek de Munich
(Alemania).
*Premio Pregonero 2011, categoría “Especialista”, por su labor en la difusión del libro y la lectura (Buenos Aires, Fundación El Libro, 2011).
*Premio
Hormiguita Viajera 2013 como Maestra Latinoamericana de LIJ otorgado por
la Biblioteca Madre Teresa de Calcuta
*Premio Konex 2014 (Diploma al mérito- Infantil)