El encuentro de hoy, es con Márgara Averbach, nada menos que en el día de su cumpleaños, de modo que el agradecimiento es doble, para esta escritora de actitud genuina, frente a las palabras y la vida.- Generosa, capaz de compartir lo que sabe y disfruta con otros, en esa entrega de la belleza que genera con sus palabras... ¡Gracias Margara Averbach!... Compartimos la entrevista:
Sos Doctora en Letras y Traductora Literaria. En ese rubro ganaste el Premio
Conosur de Traducción de Unión Latina en 2007 y el Premio ALIJA a la traducción
de literatura infantil en 2010 por "Erase una vez una vieja que tragó una
mosca gris", ¿Cómo llegaste al oficio y
vocación de la traducción literaria?
Llegué de una manera muy rara… Siempre fui buena en inglés:
estudié en una cultural de barrio, cursos de muchos años, dos veces por semana
y me iba muy bien y me gustaba mucho. Creí que me gustaban todos los idiomas
pero no… El francés, cuando lo intenté, no fue igual. Cuando terminé la
secundaria, y me decidí por la carrera de Letras, a mis viejos les aterrorizaba
que eso no me permitiera sobrevivir y me pidieron que hiciera “algo con
inglés”. Yo no pensaba hacerlo pero bueno…, no me asustaba hacerlo y el inglés
era algo que disfrutaba así que di un examen de ingreso al profesorado de
inglés, al Joaquín V. González. No entré: en ese momento, entraban solamente
los que venían de colegio privado (yo tenía buen inglés pero de cultural, no lo
había hablado todos los días…) Fue una suerte, creo. Al año siguiente, me
enteré de que además del Traductorado público, que es para traducir documentos
legales (que no me interesaba para nada y sigue sin interesarme) había un Traductorado
literario y técnico científico y en vez de probar otra vez en el profesorado,
di el ingreso al Lenguas Vivas… ¡¡Y entré!! Entré porque el examen era tanto de
castellano como de inglés y yo me saqué casi 10 en castellano; así, con el 6 de
inglés, por promedio, entré bien… Y ahí me di cuenta de que la traducción
literaria me gustaba mucho. De que era otra manera de escribir. Tengo un libro
sobre enseñar Traducción Literaria que se llama: Traducción literaria: una
escritura controlada. Yo creo que la traducción es una escritura controlada.
Cuando escribís tus propias historias, ¿sentís de
alguna manera que también estas traduciendo algo? Digo, algo que
observaste, viviste, vivieron otros, o algo que soñaste, pero que
de alguna manera una traduce para ponerlo allí, tal vez con otro lenguaje que
transforme el acontecer cotidiano en un acontecimiento poético… ¿Se traduce, de algún modo, todo el tiempo?
Puede ser, es una linda idea pero no es así como lo siento. Para
mí, siempre es al revés: yo creo que escribo cuando traduzco…, que traducir es
una escritura, pero con el control del original, con límites muy serios y
estrechos que yo obedezco. Cuando escribo no o tal vez, solamente cuando
describo siento que lo que hago es “traducir” en palabras algo que en realidad
es imagen. Se podría decir que tenés razón en este sentido (aunque yo no lo
pienso de esa forma): en general, yo empiezo a escribir con una idea general
del asunto y eso “se traduce” en una historia, en materia narrativa. Digamos:
la trata, ¿cómo podría contarla? Algo así. Pero te digo la verdad: nunca lo
pensé así, no. Estoy más acostumbrada a pensar la traducción como una metáfora
de la relación entre dos culturas, en la que una conquista a la otra… Así la uso
en el análisis de la literatura…, como profesora en la Facultad. Tal vez ese
uso de la idea de “traducción” hace que no se me ocurra lo que vos me decís.
Elaboraste tu tesis de doctorado sobre minorías en la literatura
norteamericana: negros esencialmente; judíos e indios. Y te leí “decir” que
cuando estudiaste a los indios, los
otros no te importaron más. Te cito: “…Cada buen
escritor indio que aparece me vuela la cabeza por su visión de que este camino
de consumismo, de capitalismo salvaje, lleva a la destrucción del planeta
Tierra.” Ampliame la cita, contame algo más de esta
pasión que te genera el abordaje de estos escritores…
Con esos escritores, me encontré con una “visión del mundo” (el
crítico se llama Goldmann y es francés: quiere decir la manera de leer el mundo
que tiene un grupo humano, no un individuo) que se parecía mucho a la mía, a la
mía personal, que yo sentía medio única y rara… Esas visiones del mundo (en
toda América, me refiero al continente, jamás uso la palabra para EEUU) son
elaboradas, complejas, y maravillosas. Yo creo que podrían salvar al planeta.
Es difícil explicarlo acá en poco espacio. Digamos, como resumen: -No piensan binariamente como
todas las visiones del mundo europeas; no creen en el bien versus el mal, el
ser humano versus la naturaleza; la vida versus la muerte; etc, etc. Al
contrario, las fronteras entre esas cosas son permeables y las dos cosas se
contaminan y se influencian y se turnan y se dan al mismo tiempo.
–El ser
humano es pariente de todo lo natural que hay en la Tierra incluyendo el
planeta como Madre. El planeta no es una fuente de recursos ni nada que
poseamos ni que ningún dios haya puesto a nuestra disposición. No somos
superiores a una planta o a un río. no estamos más cerca de ningún dios ni
fuerza superior. Somos parientes de
todas las plantas y todos los ríos y los animales y las montañas. A los
planetas no se los usa. Se los cuida.
–El
tiempo no es una línea pasado-presente-futuro, es algo mucho más parecido a la
idea de Einstein sobre el tiempo y más complicado.
–Las
palabras están unidas a las cosas que nombran, no se trata de una unión
arbitraria y por eso lo que dicen las palabras tiene poder en el mundo, importa:
por eso, la literatura es política siempre.
Eso es solamente un resumen… Yo tenía esas ideas desde antes de
leer a esos autores. Los leí y me reconocí en ellos y esas ideas entraron
todavía más en mi manera de escribir.
En el año 1992, ganaste el Primer Premio del Concurso de Cuentos para Chicos de
las Madres de Plaza de Mayo con "Jirafa azul, rinoceronte verde", ¿Qué recordás de
aquella experiencia?
Para mí fue el principio de todo como escritora. Yo escribo
desde siempre, desde que sé escribir, en primer grado. Pero de publicar nada… Y
yo ya tenía unos treinta y pico cuando mandé el cuento a ese concurso y lo
gané. Y las Madres me publicaron el cuento en un librito más artesanal que otra
cosa (guardo algunos todavía) y a mí, me emocionó que fueran ellas, yo las
conocía y las admiraba, me gustó conocer a Hebe de Bonafini y hasta les di un
curso de literatura de los EEUU por pedido de ellas, unas pocas clases. Y con
ese libro, llevándolo como escudo o algo así, pude publicar el segundo libro en
Alfaguara. Para mí fue muy importante. Uno de los jurados era Griselda Gambaro
nada menos.
“El año de la vaca”, Destacado de ALIJA
2004. Premio Konex 2014. Con esta novela, pudiste, en tiempos democráticos, abordar unos
de los períodos más oscuros de la historia de nuestro País, la Dictadura
Militar. Recordaba una frase de Faulkner que dice “Los que pueden actúan, y los
que no pueden, y sufren por ello, escriben”… Nada podemos hacer para recuperar
a los que no están, excepto todo lo que podemos hacer para recuperarlos a
través de las palabras, dando continuidad a la memoria. ¿Qué significó para vos, que eras en aquellos tiempos de Dictadura una
adolescente, poder abordar esta historia - que justamente se reparte entre
voces adolescentes - a la luz de la
democracia, de la literatura, y en tu adultez?
Una aclaración antes que nada, “Premio Konex” no. No te dan ese
diploma al mérito por una novela en particular. Es un premio a la trayectoria
en diez años 2004 a 2014. Pero dejando eso de lado, esa novela me dio muchos
problemas primero y después, muchas satisfacciones. Fue de esos libros que
después de corregirlos unas cuantas veces, los leo y me gustan. Me parecen
buenos en serio. Y sin embargo, me costó enormemente publicarlo. Nadie lo
quería. Lo pasé por concursos y por editoriales mucho tiempo, cuatro, cinco
años por lo menos y nunca querían publicarlo. Decían que no se iba a vender o
que era “muy difícil”. Lo publiqué donde menos esperaba... Pero volviendo a la
pregunta: no empecé a escribirlo sobre el tema de desaparecidos. Siempre digo
que yo no sé adónde va lo que escribo hasta que lo escribo. Bueno, empecé
escribiendo sobre lo mal que la pasamos algunos rechazados en la secundaria. Y
después, mientras escribía, se me hizo evidente que iba a hablar de nietos de
desaparecidos. Yo tengo recuerdos personales y terribles de la dictadura… pero
no son de esa época y cuando yo fui a la escuela todavía no había habido
desaparecidos. Yo viví la dictadura mientras hacía la Facultad y el Lenguas
Vivas…, cuando ya era adulta joven. Pero la historia de los nietos siempre me pareció
central en nuestro país, ese tipo de historias (junto con la de los pueblos
originarios en todo el territorio) que definen al país, que le dan una
identidad, un sesgo especial. Y se ve que la tenía en la mente porque vino
sola. Siempre me sentí segura del libro pero llegué a creer que nunca se iba a
publicar. Y ahora que se volvió un libro más o menos conocido, bueno…, me hace
bien saber que abrí ese espacio para las novelas juveniles. La dictadura sigue
siendo un tema al que vuelvo, creo que todos los que vivimos en ella (por lo
menos si la sufrimos, si no la vivimos como si no pasara nada) la tenemos en la
mente.
¿Qué es
literatura para vos y qué no lo es?
Ah, en eso yo soy
dura. A ver: para mí contar una historia en voz alta, oralmente, es una cosa. Y
ahí está todo bien y tal vez, no sé, tal vez, ahí lo que vale es la idea, el
“argumento”, digamos. Pero cuando se pasa a lo escrito, para mí es diferente. No
es literatura lo que no implica un trabajo con el lenguaje, con la belleza del
lenguaje, con el efecto del lenguaje, con lo que el lenguaje dice, que es mucho
más de lo que parece al principio. Si no hay densidad literaria a nivel
lengua…, no es literatura. O sea que, para mí (y muchos amigos míos), hay
libros de adultos que son literatura y otros que no y hay libros de chicos y
jóvenes que son literatura y otros que no… Y eso no tiene que ver con el éxito.
Eso es lo que me da algo de rabia con los concursos: a veces, no siempre, ganan
libros que no son literatura. No debería pasar pero es así.
Leí alguna vez que andás por la vida mirando hacia arriba… dijiste “Trato de
mirar para arriba. Tengo ciertos árboles de la ciudad que los voy a ver o que
cuando pasa el colectivo por ahí miro especialmente. O tal vez mirás un
balcón y te encontrás una historia:ves un perro encerrado haciendo algo que te
llama la atención”. Ya casi me van ando
ganas de salir a pasear con vos… ¿Seguís ejerciendo
el oficio de elevar la mirada? ¿qué otras cosas descubriste?
Sí, siempre. Y veo cosas raras. Veo
rejas que no me olvido nunca y que después empiezo a visitar siempre. Veo
encuentros entre personas en un balcón o una terraza. Veo asados. Una vez vi
una chica que leía en el balcón, en malla, con una sombrilla y el mate al lado
en un barrio pobretón y parecía que estaba en la playa. O un gato y un perro
que se asomaban juntos a la misma ventana (de esos, tengo una foto), o un
aguilucho perseguido por una calandria entre edificios altos. O la flor de un
cáctus, súper amarilla, bellísima, entre una bicicleta rota y una silla medio
oxidada. No sé. Siempre miro mucho. Encuentro historias ahí. Soy mucho más
visual que auditiva. Siempre lo fui: por eso me gusta el cine y en cambio, no
me hace demasiada gracia (salvo excepciones) ir a un recital o a un concierto
de música pura.
Una frase que también recuerdo de Faulkner, y siempre pensé que era cierta, era
esa que decía “Un paisaje se conquista con las suelas del zapato, no con las
ruedas del automóvil”, pero la estoy poniendo en duda. En tu libro “Solo y su sombra” hay una
dedicatoria que dice: "A mamá, por los libros que nos leía en los
viajes. Dentro de su voz tranquila, alta, perfecta, el auto se convertía en
barco, en bosque, en planeta". ¡Aquí había paisajes,
inventados, conquistados, habitados sobre las ruedas de un automóvil! ¡Y quién
te quieta lo viajado! ¿Qué te leía tu madre?
Mi vieja nos leía mucho en los largos
viajes en auto en vacaciones. Por ejemplo, me acuerdo que nos leyó varias de
las novelas de Salgari, las que sigo recordando, las de Sandokán; nos leyó El
principito. Nos leía de todos. Y realmente en auto (no en avión) se conoce
mucho porque vas parando, vas viendo, doblás y explorás cuando querés… A mí me
gusta mucho el viaje en auto. Con mis viejos, íbamos muy, muy lejos en auto. Con
mi marido también pero no tanto. Con mis viejos fuimos en auto a San Salvador
de Bahía y a Perú; a Chile; a Ushuaia; al ventisquero Moreno cuando nadie iba.
Y a mí, además de conocer los lugares a los que íbamos, me encantaba el viaje
mismo porque leíamos. Después, les leí yo a mis hijos. Y ahora mi hijo y su
novia leen cuando van en auto de vacaciones… Es una tradición que se continúa.
Viste que cuando una va de viaje, vuelve con
caracoles, piedritas, bueno con esa cosas vuelvo yo al menos… pongamos alguna pilcha y algún libro, si
querés… De esos otros viajes, que se
incluían en los viajes con tu madre, ¿con qué volvías?
Yo saqué mucho de los libros. Los
libros son viajes. Para mí, fueron refugio en las malas épocas, cuando me borré
del mundo todo lo que pude, en tiempos horribles de la soledad en la
secundaria. Pero yo escribo más sobre el mundo en el que vivo, sobre noticias
que leo en los diarios, sobre historias que me llegan de fuera de los libros.
No soy para nada de los que escriben sobre libros, digamos Borges y muchos
posmodernos. De los libros, me llevo sobre todo técnicas de escritura, ideas
sobre estructuras, maneras de plantear la narración. Lo que hace a la
literatura. No es que no vea lo demás, pero a mí, como escritora, me llama más
lo que me habla desde las calles.
Quiero
compartirte, un extracto de algo que dice
Ursula K. Le Guin, alguien que sé te gusta mucho leer:
“(...) Antropológicamente,
en buena parte las guerras parecen una forma en que los hombres buscan más
poder, honor y control. Compiten con otros hombres por ello, lo que me parece
muy primitivo, muy básico. Hay una dureza y un salvajismo irreductibles en los
hombres. Algunas mujeres también los poseen. Pero es un rasgo propio de los
hombres y que ha caracterizado a las sociedades que han dominado. La idea de la
competitividad, de la necesidad de un jefe, de la jerarquía piramidal. Las
mujeres no jugamos en general a ese juego. No es que no seamos competitivas,
pero no necesitamos batir al otro”...
Leía esto, y me vino
a la cabeza “Umbrales”, que cuenta la historia de una tierra dividida.
Dividida en magia de hombre y magia de mujeres, de familias divididas, de pueblos
divididos, de una rebelión perdida y de sus vencedores. Un mundo fragmentado y
muriéndose en sus pedazos. Una enfermedad que come a la tierra y a los hombres
y mujeres que la habitan. La ambición desmedida del hombre… ¿Qué imágenes o motivaciones, en caso de no haber sido
imágenes, generaron esta historia y por qué elegiste abordar esas
fragmentaciones?
“Umbrales” fue la
tercera historia de magia que escribí. La primera fue la Saga de los Cuatro
Rumbos, que tiene cuatro tomos. La segunda fue una novela que publiqué en
Córdoba, que se llama “Puente” y después vino “Umbrales”. Hay otras pero
todavía no las publiqué, en eso estoy. En todas esas historias me interesan las
fronteras. La forma en que las inventamos, las creamos y después las
convertimos en símbolos muy, muy importantes. La forma en que dividen mundos y
prohíben el paso. En el conocimiento (y la magia, en esos mundos creados, es un
tipo de conocimiento), el dividirlo en partecitas, fragmentarlo, otra tendencia
muy europea sobre la que basan las divisiones de “carreras” en nuestra forma de
estudiar, es muy contraproducente, creo. Ahí también hay algo que viene de las
visiones del mundo de los pueblos originarios de toda América y de África
también, creo: si no fragmentamos, conocemos más. Si no armamos roles
prefijados para hombres y mujeres, seguramente los hombres que no quieren esos
roles como hombres y las mujeres… etc, van a ser más felices y seguramente lo
que hacen unos y otro se va a fertilizar, se va a recrear por contacto. Por
otra parte, la fragmentación es un problema grave para cualquier idea que tenga
que ver con el cuidado del planeta, que es una preocupación muy grande para mí.
Por ejemplo, Europa va a probar sus medicamentos en África para cuidarse y
porque considera que los africanos son descartables y que África es un mundo
alejado de Europa. Pero esa prueba, si sale mal, no se va a quedar en África,
va a llegar a Europa tarde o temprano, porque el planeta es uno, no está tan
fragmentado como se cree. Basta con pensar en una de las teorías de la
aparición del SIDA como resultado de la prueba de una vacuna en el Congo. Esos
temas están ahí y creo que están también en los libros de magia que seguí
escribiendo y que todavía no están publicados. Borges (que no es para nada uno
de mis autores favoritos, no) decía que cada escritor tenía unas pocas
historias. Es cierto. Yo me doy cuenta de que esos temas siempre me llamaron. Y
tal vez está bien que así sea. Para mis libros más “realistas” como El año de
la Vaca o Las carpetas…, los temas son otros pero también aparecen esos, como
en un segundo plano.
¿Qué
fue lo que hallaste en las obra de Ursula K. Le Guin, por un lado, y de Liliana
Bodoc, por otro, que tanto te apasionan?
A ver, a mí me gusta
mucho la fantasía, siempre me gustó. Pero justamente lo que dice LeGuin, eso
que citaste antes sobre hombres y mujeres, me gustaron siempre las mujeres en
ese género. Nunca me gustó Tolkien. No me gusta esa historia totalmente
masculina de guerras y heroicidades masculinas (no femeninas); no me gusta la
división entre el bien lindo, alto, blanco y el mal negro, petiso, deforme…
Nunca logré pasar del primer tomo. Me gustaron mucho, mucho más las películas
(las vi todas y realmente las disfruté), tal vez porque hablaban más de poder.
Lo lamento por los que aman a Tolkien (y mi amiga Liliana Bodoc es una) pero
ese tipo de fantasía no. En cambio, cuando leí LeGuin, tanto la ciencia ficción
como la fantasía, encontré otra cosa. No es raro y no solo porque es mujer:
LeGuin es hija de alguien que sabía mucho sobre visiones no europeas del mundo,
Kroeber, y eso está muy presente en lo que escribe. Ella propone levantar las
fragmentaciones, las divisiones y empezar de nuevo con otro tipo de
conocimiento. También me gustan James Tiptree Jr. que es mujer pero firmaba
como hombre; Lois McMasters Bujold, algunos de Cherryh. Mujeres, todas. No es
que no haya hombres pero me cuesta más encontrarlos.
Lo de Liliana Bodoc
fue distinto porque además de que estoy absolutamente en concordancia con ella
desde las ideas, digamos desde lo ideológico (en el sentido positivo de la
palabra), ella es argentina y su Saga de los Confines (que leí en voz alta en el
auto en los últimos viajes que hicimos en familia con los chicos, mis hijos,
antes de que dejaran de venir con nosotros) me demostró que también se puede
hacer fantasía en castellano y en el Sur, en América Latina. No tiene ningún
sentido pensar que la fantasía es solamente inglesa o anglófona pero por alguna
razón absurda que me critico yo creía eso. Liliana, además de deslumbrarme con
su literatura, me demostró que eso era absurdo. Y después de que yo publiqué el
primer tomo de mi saga, nos hicimos muy amigas.
Leí
que hay algo que no harías para chicos: un final
infeliz. Primero quiero agradecértelo, en nombre de “Fosforito”, del cuento
“Bajo el jacarandá”, ¡Lo que sufrí pensando que se moría! – acabo de
arruinarles el final a todos los que no lo leyeron -. ¿Por
qué la decisión de no hacer un final infeliz para niños?
Eso
tiene que ver con historias de vida. Yo, de chica, leía todo lo que caía en mis
manos. En la adolescencia fue peor porque terminé leyendo hasta en la mesa, tal
vez porque en ese momento quería escaparme del mundo. Pero de chica, algunos
libros que leí me hicieron mucho mal. Siempre fui terriblemente sensible. Yo no
escribo ni leo ni veo en cine nada de terror. No puedo. Es cuestión de
personalidad. Leer a Álvaro Yunque me hizo un daño físico que no me puedo
olvidar. Me impidió dormir de noche. Me acuerdo de tirar el libro como si me
hubiera mordido pero ya era tarde. Y sí me había mordido. Por eso, creo que
para ciertos chicos, no todos, los finales absolutamente infelices, sin una
grieta de luz, son dañinos. Como lo fueron para mí, yo no los escribo. Está
bien que algunos escriban esos finales pero yo no lo haría. Y nunca les compré
eso a mis hijos, por lo menos mientras yo elegía los libros.
A
los adultos, no hay razones para cuidarlos tanto pero en mi caso…, como creo
que la literatura tiene que ver con el mundo y yo quiero hacer literatura
política y como dice Howard Zinn, el historiador, para hablar de política hay
que ser positivo, hay que hablar del futuro con alegría, incluso cuando escribo
para adultos, dejo una rayita de luz. Por ejemplo, mi libro más oscuro, “Cuarto
menguante”, sobre la dictadura, termina mal pero la última palabra, después de
hablar de oscuridad completa es “excepto”. O sea algo quedó. Y el nombre del
libro “Cuarto menguante” dice que el ciclo va a seguir, que va a haber luz de
nuevo. Quizás puede decirse que escribo para quienes son como yo. Tal vez en
cierto punto, una escribe lo que le gusta leer.
Agradecida por este intercambio, me voy con pensando sobre las
palabras de Márgara Averbach:
“… Disfruto mucho la ciudad, pero me sigue pareciendo un lugar
poco agradable para vivir. Yo no soy arquitecta, pero cambiaría esto de una
manera enorme. Necesito pájaros, campo, saber las estaciones del año... me
parece que la gente en la ciudad no se entera ni si es primavera, verano,
invierno. Yo siempre lo sé, más allá del frío, por las hojas de los árboles.
Las tipas se quedan verdes en invierno y se le caen las hojas en septiembre, yo
lo noto…”
Giro
sobre mi ventana, de casa de Provincia, y sí “las tipas” están verdes en aquel
árbol, es Invierno. Pasan pájaros. Y siento que puedo empajaritarme también,
así, dialogando con Márgara, observadora fiel y traductora de las simples
cosas, de una actitud sincera frente a la vida de las palabras, que en sus
obras, están allí, quietas como “las tipas”, y que con la misma belleza se quedan
para ser contempladas. Llegará el momento en que caigan a nuestros pies, en
primaveral desparramo poético, para
seguir siendo escuchadas…
¡Gracias
Márgara Averbach!
Hasta
siempre
Ivanna
Rosselli
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Acerca de Márgara Averbach
Doctora
en Letras y Traductora Literaria. Enseña literatura de los Estados
Unidos en la UBA y traducción literaria en el Lenguas Vivas J. R.
Fernández y en el Lenguas Vivas Spangenberg. Comento libros en Ñ y
publico libros de ficción para chicos, jóvenes y adultos. "...Me gusta
escribir libros que yo soñé y también reescribir en castellano los
libros que otros escribieron en inglés, que es lo que hace un traductor.
En ese rubro, gané el Premio Conosur de Traducción de Unión Latina en
2007 y el Premio ALIJA a la traducción de literatura infantil en 2010
por "Erase una vez una vieja que tragó una mosca gris". En
1992, gané el Primer Premio del Concurso de Cuentos para Chicos de las
Madres de Plaza de Mayo con "Jirafa azul, rinoceronte verde", que fue
así mi primer libro; fui finalista del Premio Emecé en 2003 (así se
publicó "Cuarto menguante") y mi novela "Una cuadra" ganó el premio
Cambaceres de la Biblioteca Nacional 2007, publicada en Adriana Hidalgo
en 2008. En 2011, me dieron el premio "Maestra Latinoamericana de LIJ"
del año de "La Hormiguita Viajera"de
BIBLIOTECA POPULAR MADRE TERESA de VIRREY DEL PINO, LA MATANZA.-
BIBLIOTECA POPULAR MADRE TERESA de VIRREY DEL PINO, LA MATANZA.-
Para conocer y leer más acerca de Márgara Averbach, pueden visitar su blog, sumamente interesante:
http://margaraaverbach.blogspot.com.ar/
http://margaraaverbach.blogspot.com.ar/
Dejo también un enlace de la revista Imaginaria, en donde su publicó uno de sus cuentos, uno que a mi me gusta mucho:
En la página de Imaginaria encontrarán también otros enlaces de interés.-